Una de esas películas que no te dejan indiferente, de las que gustan aunque su contenido te aterrorice. Si tenemos que hacer un análisis técnico de la película podríamos decir lo siguiente.
"Cuando Justin Quayle (Ralph Fiennes), diplomático británico en Nairobi, se entera de que su esposa, Tessa (Rachel Weisz), ha sido violada, asesinada y engañada, comienza su propia investigación. Haciendo caso omiso de las advertencias y de los rumores sobre una supuesta infidelidad de su esposa, Justin descubre que Tessa había destapado una trama internacional de corrupción, burocracia y acciones lucrativas de la industria farmacéutica."
Pero si realmente eres un espectador crítico podrás encontrar y comprender aterrado en qué nos hemos convertido. Podrás ver el lado más "asqueroso" del ser humano, el lado que nos ha llevado a creernos superiores los unos a los otros basando tales diferencias al lugar en el que hemos nacido.
No han sido pocos los que han dado su vida por mostrar al mundo que no hay diferencias, es más lo que nos asemeja que lo que nos distancia. Sólo son los intereses encontrados los que pueden alimentar la idea de la desigualdad entre nosotros. El hecho de probar fármacos, aún sabiendo que pueden provocar la muerte, en África, por creerlos inferiores, por creerlos, quizá, más animales que a las mascotas que comparten vida con los privilegiados del primer mundo no hace otra cosa que poner de manifiesto nuestra ineptitud y, también, nuestro retroceso, por llamarlo de alguna manera sofisticada.
No sólo estamos siendo el único animal que está destrozando su único hogar arrastrando al resto de las especies a la desaparición sino que, también, nos estamos destruyendo a nosotros mismos. Nos hemos perdido el respeto, nos hemos corrompido, hemos jugado y, lo seguimos haciendo, encontrándonos ahora bailando en el filo del cuchillo por creernos dueños y señores de lo que nos rodea. Hemos aniquilado a otros congéneres sólo por opinar de manera diferente, por seguir a una bandera diferente, por haber nacido al otro lado del río o, simplemente, porque nos estorbaba. Hemos banalizado sobre la vida y la muerte, llegando a creer superficial las noticias que nos invaden a diario de la muerte de niños, adultos, ancianos en otros lugares alejados de donde nos encontramos ahora. Nos hemos convertido en nuestros propios verdugos.
Paremos un instante, miremos a nuestro alrededor y sólo dejemos a nuestros pulmones respirar. Seamos conscientes de quiénes somos y qué nos ha hecho llegar al punto en el que hoy nos encontramos. Seamos capaces de comprender aquello que hemos hecho y estuvo mal, seamos, ahora, por tanto, capaces de enmendarlo. No quitemos la vida, compartámosla con los otros. Dejemos de enunciar maneras de vivir óptimas, volvamos a encontrar nuestros principios, y, tan sólo, vivamos de acuerdo con ellos. Lo dijeron dos grandes, vive y deja vivir...